
La nueva dirigencia enterró las viejas prácticas familiares y se sumó a la construcción de un proyecto que prioriza el trabajo, el territorio y la defensa real de Neuquén.
Durante décadas, el Movimiento Popular Neuquino (MPN) no sólo gobernó Neuquén, sino que se constituyó en un fenómeno político único en Argentina: un partido provincial con hegemonía absoluta, capaz de resistir las tormentas nacionales y sostener el poder sin alternancia real. Hoy, a pocos meses de las elecciones de octubre, esa fortaleza histórica parece convertirse en un recuerdo. El MPN, otrora invencible, se desangra a la vista de todos.
La inminente conformación de un nuevo partido vinculado al sector petrolero —Fuerza Neuquina y Federal, impulsado por Marcelo Rucci, heredero político de Guillermo Pereyra— acelera un proceso de fragmentación que lleva años en marcha. El “viejo” MPN, que ya había perdido en 2023 al gobernador Rolando Figueroa y vio cómo el intendente de la capital, Mariano Gaido, armaba su propio frente, parece hoy reducido a un sello vacío, sin conducción real ni proyecto visible.
¿Puede un partido sobrevivir o reinventarse?
La parálisis orgánica del MPN, inactiva desde la derrota electoral de 2023, contrasta con la movilidad de su militancia y dirigencia, que optó por nuevos horizontes lejos de la conducción de Omar Gutiérrez. El expresidente del partido y exgobernador quedó aislado políticamente: ni Rucci, ni Gaido, ni el resto de los referentes que todavía se identifican con el ideario original del MPN quieren hoy su respaldo de cara a las urnas de octubre.
El escenario se completa con un dato demoledor: los diputados provinciales, intendentes, concejales y dirigentes históricos del MPN ya definieron su apoyo al frente “Neuquinidad” que conduce Figueroa. La gran mayoría de la estructura que alguna vez representó al movimiento se trasladó, sin demasiado trauma, a nuevos espacios que reivindican la “neuquinidad” como valor transversal, por encima de los sellos partidarios.
Una decadencia anunciada
La actual implosión del MPN no es un fenómeno espontáneo. Tiene raíces profundas: la falta de renovación interna, la personalización de la política en liderazgos agotados como el de Gutiérrez, la desconexión con una sociedad que demanda más eficiencia que lealtades partidarias, y la incapacidad para leer los cambios estructurales que la irrupción de Vaca Muerta generó en el tejido económico y social de la provincia.
Históricamente, el MPN supo reinventarse en crisis internas severas: tras la muerte de Felipe Sapag en 2010, el partido resistió varias disputas intestinas y mantuvo su hegemonía. Pero esta vez, la crisis no parece encontrar cauce. ¿Cómo reconstruir una identidad común si sus actores más representativos ya no creen en ella?
La incógnita Gutiérrez
En este contexto, la pregunta es qué hará Omar Gutiérrez. Sin espacio propio y con un desgaste que lo volvió casi tóxico para el electorado provincial, su futuro político es incierto. ¿Se replegará en la actividad privada? ¿Intentará negociar un lugar en listas ajenas? ¿O insistirá en una candidatura testimonial que agrave aún más el proceso de disolución? (Parece muy cómodo en YPF).
De cara a octubre, todo indica que el MPN como lo conocimos ya no existe. Lo que sobreviva de su estructura dependerá menos de su historia gloriosa que de su capacidad para adaptarse a un Neuquén que, por primera vez en sesenta años, parece haberle soltado la mano a su partido más emblemático.
Porque, en definitiva, ¿de qué sirve un partido si ya nadie quiere ser parte de él?
La nueva dirigencia enterró las viejas prácticas familiares y se sumó a la construcción de un proyecto que prioriza el trabajo, el territorio y la defensa real de Neuquén.
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Con la militancia y los dirigentes volcados a nuevas alianzas, el Movimiento Popular Neuquino acelera su camino hacia la irrelevancia electoral.