
El exgobernador había asumido en diciembre del '23 en la petrolera estatal, pero su paso fue opaco.
La purga impulsada por el gobernador Rolando Figueroa destapó escándalos insólitos: sueldos pagados a personas que no trabajaban, vivían en Chile o limpiaban casas particulares en lugar de escuelas.
Editorial27 de mayo de 2025Neuquén pagó caro la ineficiencia y la complicidad política que sostuvo durante años a verdaderos parásitos estatales. La actual gestión de Rolando Figueroa, con una serie de despidos recientes, comenzó a exponer lo que muchos intuían, pero pocos se animaban a enfrentar: una estructura pública contaminada por abusos, acomodos y empleos fantasmas.
Uno de los casos más graves fue el del exdirector escolar Maximiliano Radrizzani, quien durante años utilizó a una trabajadora de limpieza como si fuera su empleada doméstica, pero pagada con fondos públicos. Lo insólito no termina ahí: la obligaba a trabajar también en su casa y la de su pareja, una docente que también fue sumariada. Todo esto ocurría a plena luz del día, con facturación del Estado. ¿Nadie lo vio? ¿Nadie lo frenó?
Peor aún fue el descubrimiento de una empleada pública del ex Ministerio de Desarrollo Social que directamente vivía en Chile mientras cobraba su sueldo neuquino sin presentarse jamás a trabajar. Un verdadero “ñoqui internacional”, como lo bautizó el propio gobierno. Un símbolo de cómo la complicidad y el desinterés por el control abrieron la puerta a una fiesta de sueldos sin contraprestación.
También fueron echados dos municipales en Zapala que, increíblemente, llevaban casi 9 años sin trabajar. ¿Cómo se explica semejante nivel de desidia? La explicación oficial indica que no existían juntas médicas ni controles adecuados. Pero lo cierto es que alguien los sostuvo. Alguien los cubrió. Y esa red de impunidad costó millones a los contribuyentes.
¿Qué es un parásito y por qué se aplica a estos casos?
En biología, un parásito es un organismo que vive a expensas de otro, al que le extrae recursos sin devolverle nada a cambio. No produce, no coopera, no aporta: simplemente consume. En el ecosistema del Estado, el ñoqui cumple exactamente esa función. Se alimenta del presupuesto público —es decir, del esfuerzo colectivo de los ciudadanos que pagan impuestos— y no devuelve nada al sistema. Su única tarea es cobrar sin trabajar, permanecer oculto, disfrazado de empleado, protegido por redes políticas o administrativas.
Cada ñoqui es, en términos estrictos, un parásito de la administración pública, y por extensión, de toda la sociedad. Cada mes que cobra sin ir a trabajar, le está quitando una oportunidad a otro neuquino o neuquina que sí necesita ese sueldo y sí estaría dispuesto a prestar un servicio real al Estado.
¿Cuánto le costó a Neuquén mantener a estos ñoquis?
Aunque aún no hay cifras oficiales, se estima que el costo acumulado de mantener durante años a empleados que no trabajaban puede superar los cientos de millones de pesos. Tomando sueldos promedio, antigüedad y aportes, incluso con estimaciones conservadoras, el daño al erario público es tan grande como ofensivo para quienes sí trabajan día a día.
Fondos que podrían haber ido a escuelas, hospitales, seguridad o infraestructura, terminaron en los bolsillos de personas que, literalmente, no hicieron nada. O peor: abusaron del sistema, como el caso del director que usaba a una portera como empleada doméstica.
La limpieza que encara el gobierno actual no es solo administrativa: es también un intento de reconstruir el contrato social entre Estado y ciudadanía. Porque cuando se permite que durante años haya quienes cobran sin trabajar, se rompe la confianza en lo público, se desvaloriza al verdadero trabajador estatal y se condena a la ineficiencia a generaciones enteras.
¿Cuántos ñoquis más quedan por descubrir? ¿Está dispuesta la política a romper definitivamente con el modelo parasitario que tantos años sostuvo?
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