
Ambos partidos históricos optaron por no presentar listas en las próximas elecciones, en un reflejo de su pérdida de poder, representación y proyecto político.
La crisis del kirchnerismo en Neuquén se profundiza a medida que las encuestas lo ubican en un tercer o cuarto lugar, para las próximas elecciones, prácticamente peleando porotos con el Frente de Izquierda, al que tampoco se le asignan posibilidades. Si los comicios fueran hoy, el kirchnerismo se vería relegado a un rol marginal, en un escenario que parece encaminarse hacia una polarización entre La Libertad Avanza y la Neuquinidad.
Las legislativas de octubre se perfilan como una disputa entre dos modelos: por un lado, el de Javier Milei, con sus ya conocidas políticas económicas, recortes a las provincias, paralización de la obra pública y feroz represión a las protestas de jubilados. Por otro lado, el modelo neuquino que encabeza el gobernador Rolando Figueroa y que se apoya en la austeridad, la eliminación de los gastos innecesarios del Estado y el fortalecimiento de las áreas esenciales.
Eso diferencia a la Neuquinidad de las fuerzas nacionales y la pone a distancia de las mezquindades que son sobradamente conocidas. Es por eso que se especula con que, en este esquema, el voto estratégico podría beneficiar a Figueroa, ya que incluso electores que respaldaron a Milei a nivel nacional podrían inclinarse por el modelo neuquino para defender los recursos de la provincia, como de hecho ocurrió en 2023.
Un dato no es menor: la Neuquinidad es un frente de partidos en el que confluyen el PRO, fuerzas locales, expresiones libertarias que incluso tienen representación parlamentaria, el MPN (salvo el minúsculo grupo de Omar Gutiérrez) y hasta el peronismo que ha sabido hacer una lectura de la realidad y alejarse de los hechos de corrupción (nacional) que coexistieron con desaciertos por demás pronunciados, que dispararon la inflación y sumergieron a infinidad de argentinos en la pobreza. Después de todo, esos son parte de los grandes motivos por los cuales los K ya no son gobierno.
Es en ese contexto en el que el peronismo neuquino se disgrega y sus referentes buscan caminos opuestos. Ejemplos hay muchos. Dirigentes como Lorena Barabini, Marcelo Zúñiga, Tanya Bertoldi, Carlos Sánchez y Soledad Martínez encontraron en la Neuquinidad parte de lo que ya no ven en el peronismo, entre otras cosas el compromiso con la justicia territorial para propender al desarrollo equitativo y equilibrado.
Se trata de una evolución que al parecer no comparten aquellos que permanecen anclados en el pasado. Ese es, por ejemplo, el caso del diputado provincial Darío Martínez, quien fue secretario de Energía del ex presidente Alberto Fernández, a quien permanecerá indefectiblemente atado, ya que es una mochila que no se podrá sacar. No sólo porque sus ex compañeras de ruta le reprochan no haber hecho nada por Neuquén, sino porque la imagen de Alberto es la del fracaso. Ejemplos hay varios, alcanzará con decir, acaso, que la actual ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, no ha podido sacarse el estigma de haber formado parte del gobierno de Fernando de la Rúa, otro fracaso.
El desprestigio del kirchnerismo no es solo una cuestión política o electoral, sino un síntoma de una transformación más profunda. La impunidad, la corrupción y el oportunismo ya no son tolerados como antes, situación de la que también deberá tomar nota Milei, a quien ya no le sirve el discurso (por cierto inteligente) de “la casta”.
La sociedad neuquina rechaza los vicios de la vieja política y confía en liderazgos alejados de la lógica de Buenos Aires. En este sentido, la polarización entre Milei y Figueroa es también un reflejo de una provincia que quiere autonomía en sus decisiones.
Las elecciones de octubre (en las que se votarán senadores y diputados nacionales) definirán más que un resultado numérico: pondrán a prueba la capacidad de adaptación de los partidos a las exigencias de la sociedad. El kirchnerismo enfrenta un dilema existencial en Neuquén: o se reinventa o profundiza su línea descendente. La pregunta es si sus dirigentes entenderán el mensaje de las urnas o si seguirán aferrados a un proyecto que ya no sintoniza con la realidad.
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